De Alejandro Baldizòn: El Petén: Su Vida y Costumbres (1936)
EL PETEN, SU VIDA Y COSTUMBRES
Por Alejandro Baldizón.
Todos los pueblos, como cada individuo en particular, tienen su propio modo de ser, sus peculiaridades, su idiosincrasia. Las más grandes y cultas ciudades difieren unas de otras en sus gustos, en su manera de vivir, expresando cada una su nota especial con la que armonizan en el gran concierto del universo, y esa es su nota tónica, su melodía propia pulsada en la lira de su alma.
Criticar la vida de los pueblos o ridiculizar lo típico de sus costumbres porque difiere de nuestra particular educación, es un acto que revela ignorancia, falta de verdadera cultura y poca nobleza de alma. Como, desgraciadamente, esto acontece a menudo, hago este preámbulo, por aquellos que todo lo quisieran a su modo, del color del cristal con que aprecian las cosas. En el cambiante escenario de nuestra vida cada uno desempeñamos nuestro papel y es en ello precisamente donde está la armonía del todo, la multiplicidad y diversidad del universo, cuyo conjunto forma la policromía del concepto de belleza que da a cada cual el color de su particular gusto.
El Petén, ignoto para muchos en le propio círculo de nuestra Patria, vive en el profundo letargo de su vida autóctona. Como todos los pueblos, tienen su expresión propia, su típico modo de ser distinto de los demás. Hasta en su modo de hablar tiene cierta entonación diferente, y aunque se emplea correctamente el español, frecuentemente se oye en el vulgo el uso de vocablos de origen y derivados mayas. Es esto lo que causa sorpresa a los extraños y de lo que el ignorante se mofa sin pensar que en cada pueblo, país o ciudad, aun en el más civilizado que llegue a visitar, encontrará estas divergencias, tanto en la entonación de las palabras como en el uso que se les da, con frecuencia hasta con significados opuestos.
En la silenciosa calma de su vida, el Petén tiene el privilegio de ser un pueblo culto, sociable, generoso y hospitalario. Con los brazos abiertos recibe al forastero y con liberalidad le brinda cuanto posee, compartiendo con él sus alegrías. Es un pueblo trabajador por naturaleza en donde casi no se encuentran analfabetos, gracias a un verdadero apóstol de la educación que sacrificó su vida desde sus primeros años juveniles en aras de esta redención patria, levantando varias generaciones a la consciencia del saber humano que son las que hoy día forman el conglomerado culto del Petén. Es este nuestro benemérito Maestro, Profesor José Benítez Gómez, que aunque capitalino, es hoy más petenero que nosotros y vive retirado y hasta olvidado como casi siempre es la suerte que persigue a todos los grandes hombres benefactores de la humanidad.
Posee el Petén, escuelas en todos sus pueblos; es amante y cultivador del teatro; sus hijos somos soñadores, llenos de grandes aspiraciones; si entre sus recónditos tesoros que son el misterio de su grandeza, pudiéramos encontrar la lámpara de Aladino, ya hubiéramos obligado a ese nuestro genio tutelar a transformar estas tierras encantadas en otras maravillas más visibles que el mundo pudiera contemplar con el asombro de lo incomprensible.
En la ciudad de Flores, cabecera del departamento, hay una bien preparada sociedad, gente muy amable con la que el extraño puede relacionarse y cultivar franca y leal amistad. Sus moradores son gente toda ladina, bien parecida y de esmerado modo de vestir, al tenor de las ciudades más cultas. El que por vez primera visita esta región, se sorprenderá de no encontrar en ella los primitivos indígenas como se encuentran en otros lugares de la república. Los restos de la gran raza maya que fue la pobladora de estas tierras, sólo pueden contemplarse en pocos pueblos del departamento y, sin embargo, aunque expresándose en su lengua primitiva, hablan español, leen y visten como la generalidad de los ladinos.
El patrimonio de la vida del petenero es su Chicle, producto exclusivo de sus bosques y el mejor del mundo, como se ha comprobado en los mercados extranjeros. No tiene rival ni se le ha hallado sustituto capaz de suprimirlo del comercio. Es el artículo de mayor resonancia nacional sobre el que están puestos todos los ojos de la ambición. Sin embargo, se desconoce el gran sacrificio que su explotación encierra y mucho más la pérdida de la riqueza nacional que de manera muy sensible se está produciendo por la irreparable y dolorosa destrucción de bosques, sin una recompensa justa para los nacionales.
Y así como todas las cosas tiene su aspecto bello y encantador y su lado sombrío y obscuro, la vida del chiclero viene a ser como un contraste de cuanto hay de poético y arrobador en estas tierras privilegiadas de Dios. El Chiclero es digno de abogar por su redención, siendo él el brazo fuerte y la víctima inmolada por cuya sacrificio son extraídas las riquezas del Petén, para dar a su existencia la fama de que goza y sin el cual quizá estuviéramos relegados todavía en el olvido.
Por desgracia, casi todo chiclero es esclavo del alcohol; todo el afán de sus desvelos consiste en ofrendar en aras de este horrible fantasma de la muerte, todo el producto de su trabajo, como un lujo y orgullo de su condición, mientras su pobre madre o esposa e hijos, gimen de hambre y frío. De allí que el infeliz chiclero antes de entra al trabajo, carga sobre sus hombros una pesada deuda que se obliga a desquitar con el precio del más amargo sacrificio de su vida, deuda que adquiere de manera triste y lastimosa por fatal designio de su suerte que lo empuja a las tabernas, quizá por disipar sus penas u olvidar sus amarguras con el ansia de ese efímero gozo que a su entender le proporcionan unos míseros tragos de repugnante veneno. Ataviado después con los útiles necesarios para el trabajo, se refunde en las sombrías profundidades de las selvas, a llevar una vida de esclavo de los bosques por un lapso de tiempo y a sufrir el castigo de sus torpes disipaciones. Allí en íntima contacto con sus hermanos árboles, bajo el abrigo lastimoso de unas misérrimas palmas y a la intemperie, no le queda otro consuelo que escuchar a lo lejos o sobre su cabeza el sordo chirrido de los zaraguates que reinan arrogantes en su mundo y las abundantes caricias de los zancudos.
Imagínese el lector, qué horrible sacrificio no será levantarse horas antes de despuntar el alba, preparar un poco de café con panela, engullirse unas tortillas tiesas de maíz y unos frijoles cocidos, para luego internarse entre la espesura de los montes hasta el anochecer, en busca de los codiciados árboles de Chico-zapote, de la calidad especial exigida por los consumidores. Entre el fango y las malezas y bajo el frío incesante de la perenne lluvia, va el infeliz chiclero arrostrando el peligro de su vida, ya por la traidora acometida de una víbora o por fatal designio del destino que puede empujarlo a la muerte mientras escalando los tallos de los árboles al amparo de sus espolones y su cable en la cintura, desventuradamente dé un mal machetazo sobre este último sostén que lo haga precipitarse desde la cumbre de sus copas… Y sobre todo, ¿cuál es la realidad de su ilusorio afán? En lucha abierta contra su naturaleza orgánica, desafiando todos los peligros, pasa los días enteros tras la búsqueda de la savia redentora de su pecaminosa vida, sangrando diez, doce y hasta veinte árboles diarios para producir a veces medio, uno, y cuando mucho, dos quintales a la semana de esta prodigiosa goma de mascar que es todo un sueño de opulencia irrealizable… En resumen, la vida del chiclero es ser habitante de los bosques durante ocho o diez meses al año en la intemperie, durmiendo mal, comiendo paupérrimamente, siendo pasto de las plagas y víctimas del paludismo, en constante desafío de la muerte hasta que termina la temporada de trabajo, después de la cual, un tanto aliviado del peso de su deuda redimida mezquinamente por un mísero precio de su producto, torna al hogar abandonado a seguir su desdichada disipación en la ignominiosa explotación de las tabernas.
No obstante la dura realidad de la vida de estos hombres, los peteneros somos en general de temperamento pacífico y trabajador, dedicados a nuestros quehaceres, a sostener nuestra rutinaria vida sin que nadie nos perturbe. Somos por naturaleza de sangre alegre, amigos de las fiestas; nuestra existencia está constantemente enrolada en una perenne “parranda” a la que pudiéramos llamar nuestro “patrimonio de gozo”, porque carecemos de otras diversiones; podemos decir que “vivimos encantados de la vida”, cual si nos mantuviéramos sosteniendo un “baile de resistencia” al compás de las frenéticas danzas, schottisch, mazurcas, valses, sones y todas aquellas piezas que ponen candentes los nervios, al mismo tiempo que los tangos modernos, blues, fox-trotes, etc., etc., ejecutados en nuestra marimba regional. Así pasamos la vida en intento gozo con nuestras lindas damitas, bailando todo el año, desde el medio día del 31 de diciembre hasta el primero de enero, doces meses después de la celebración del Año Nuevo de cada año, cada año… Y es que a continuación sigue la fiesta titular de Esquipulas, que comienza el 6 de Enero todos los años, hasta finalizar, como decimos nosotros, con los “pochoos” de los días 16 y 17 del mismo mes después de la Feria departamental, durante cuyos días se bailas las 24 horas diarias al son del tambor tradicional y de nuestras marimbas, las vaquerías y guachinangos, alrededor de la ciudad, ya con la arrogante “Chatona”, “El Caballito de San Vicente”, los importados etíopes, los fantasiosos “huastecos” o bien las hordas “moras” en lucha con los “cristianos”; y como una lucida ornamentación o apoteosis de la fiesta, con un enjambre de lindas nenas en disfraces carnavalescos que con su bella presencia y sus danzas y cantos típicos, nos regalan amenos ratos de verdadero placer.
Nuestras mujeres son bellas y amables, ingenuas en su mayor parte, llenas de inocencia; podemos encontrar todavía entre ellas algunas tan puras como las más impolutas flores. Son buenas, trabajadoras, muy nobles madres de familia y fieles esposas con las que el hombre que sabe apreciarlas y cuidar el candor que las exorna, pueden formarse hogares muy felices.
Pero no es sólo esto lo que hace del Petén una tierra hermosa, una tierra de ensueño. Es un vergel encantado con sus fragantes flores que cubren todos sus campos y llenan todos sus bosques con multitud de formas y colores, y en donde se oye por doquiera el melodioso canto de sus pájaros. Pues además de sus excelsas bellezas posee riquezas inapreciables de valores materiales y de valor científico y espiritual. Para el sabio que anhela descubrir los enigmas de los siglos, de gloriosas civilizaciones que otrora fueron grandes, el Petén es un silencioso guardián quizá de los tesoreros históricos más valiosos aún no imaginados todavía. Quizá no haya en el mundo para el arqueólogo, lugar más interesante que el Petén; acaso guarde en sus reconditeces más profundas, ruinas insospechadas que algún día habrán de revelar sus inconcebibles misterios que encierran, reliquias tal vez de una sublime teogonía cuyos principios fundamentales y divinos se pierden para el hombre docto de nuestros tiempos. Y así como es exuberante su flora, también encontrará el turista aficionado a la cacería que su fauna es digna de todo sacrificio personal con solo que tenga la suerte de llevarse consigo uno de nuestros dorados pavos silvestres para el que resultan pálidos todos los elogios que podamos hacer.
No hay tierra más bella ni de paisajes más primorosos que esta, la de los lindos panoramas que se ofrecen a la vista de quienes aman la naturaleza en su más pura expresión, con el ropaje de sus divinos encantos intocables por la devastadora mano del hombre. ¿Y qué decir de sus maravillosas salida y puesta de sol al contemplar su excelsa irradiación con la refulgencia de sus celajes múltiples y policromos nacarando el cielo cuyos reflejos se transparentan en las diáfanas olas del lago? Y qué mayor encanto el de las noches de luna, cuando ella, Señora de los cielos, se esplende majestuosa con su arrogante presencia y el hálito inmenso de su alma luminosa cubriendo los espacios, pasear en nuestra rústicas góndolas sobre las plateadas y tranquilas olas del lago, con la alegría de las almas juveniles cantando sus canciones de amor? Todo el romanticismo de nuestras vidas está expresado allí.
No he contemplado en vida más que tres cosas maravillosamente grandes que perduran indelebles en mi mente, como la visión suprema de lo más grandioso de la naturaleza en todo su esplendor: las Cumbres de Maltrata en México, la plenitud del mundo desde la cúspide del Volcán de agua de la Antigua Guatemala y el encanto de la isla de Flores en el lago Itzá desde la altura de las nubes. Contemplar el Petén desde lo alto en alas de los pájaros de acero, en toda su plenitud, es sentir la recreación más elevada del espíritu en comunión de todo cuanto puede haber de más sublime sobre la tierra. No he visto en mi vida cosa que subyugue más el alma, que el indescriptible panorama que nos brinda la pintoresca isla de Flores con sus casitas blancas y sus calles circulares, en medio de las azules aguas de cambiantes tonalidades del lago Itzá con sus caprichosos contornos de variadas formas, rodeado de otras pequeñas lagunas adyacentes. El extrañó que contempla estas bellezas ha de quedar extasiado, habrá de sentir que su alma se identifica con ellas y que se explaya su consciencia en inusitado gozo del cautivador ambiente que le envuelve.
¡Petén! Tierra de misterios, jirón hermoso de fecundas selvas profundas y densas; madona seductora, de vestiduras verdes, que en el susurro armónico de tu canto íntimo vives entonando la canción sublime de la esperanza, bajo la bóveda azul del cielo cuyos arreboles nacarados arroban el alama y la incitan a meditar y a soñar. Vives ¡oh doncella candorosa de eterna primavera! como viven todas las grandezas de la Creación; como vive el sol en los espacios y las estrellas en el firmamento, irradiando luz, inconscientes de sí mismo, sin darse cuenta de lo que son… ¡Yo te saludo, tierra bendita de mi humilde cuna!
Ciudad Flores, Petén, noviembre de 1936.-
![]() |
Foto: Iglesia de Ciudad de Flores. Colección José Sanchez Morales |
Nota Final:
Quisiera saber que te pareció esta entrada. Gracias por dejar comentarios en el blog, y si no quieres que se publiquen tus comentarios puedes enviarme un correo electrónico a chilamitza@gmail.com / Luis José Hernández González - El Chilam Itzá - .
Fuente:
Pag. 39-42 Revista Petén Itzá No. 1 Año 1.
Pag. 39-42 Revista Petén Itzá No. 1 Año 1.
Comentarios