De Edgar Góngora Segura: Aguadas de mi Pueblo
AGUADAS DE MI PUEBLO
Por Edgar Robledo Góngora Segura
Dos son las aguadas de mi pueblo San Francisco, que si ya no mantienen agua por mucho tiempo, lo hicieron en críticos veranos. Estas aguadas se han rellenado, no de tierra, sino de historia, porque en sus orillas están las huellas de los pies descalzos de muchos niños que disfrutan hoy de puestos profesionales.
En las orillas de esas aguadas, están también las voces apagadas en recuerdos de cuántos campesinos que con muchas esperanzas llevaron sus bestias a beber agua.
Allí están las carcajadas abiertas que recogieron mañanas y tardes veraniegas, de tantas madres lavanderas, que en bateas preciosas hicieron de muchos niños a tantos hombres de bien; allí quedó el hoyo que hizo mi palo de jolol con que acarreé sus aguas; un pedazo de jícara que utilicé para llenar mis baldes; también un pedazo de cesto camaronero, y el macasino izquierdo que me fabricó don Polanco.
Dos son las aguadas de mi pueblo, si, dos, de cuyos recuerdos vive usted y yo, porque fueron ellas las que, benditas por Dios, no tuvieron la mala intención de enfermar al vecino.
Con el agua de mis aguadas se lavó la conciencia del pueblo, el vestuario del sacerdote, las manos de la comadrona y la ropita del niño. Con ese bendito líquido se cocinaron los alimentos del maestro; con esa agua se fue el pesar del niño. Allí, en compañía de mi madre dejé varios barquitos de papel.
Con cáscaras de pitahaya se aclararon sus aguas para tomar, y la lejía la purificó para lavar la ropa.
Te das cuenta que una de mis aguadas ya no posee a sus alrededores el árbol de la hoja tronadora que nos entretenía; la hoja de jolté que evitaba se vaciara el agua de las cubetas.
Tampoco está el árbol de cedro donde solía cantar el cusucún. Y qué de los bosquecitos donde abundaba el mancolol y la paloma susuy. El hombre con su egoísmo no ha querido que todo esto esté. Por eso, el nido de la choita y el palo del pasaque que sirvió de trampolín al chiquillo que alegremente se remoja en esas agua, desaparecieron. Sí, desaparecieron.
En el recuerdo de mis aguadas aparece también en mi mente los palos de tinta, de cuya sabia con plumas de gallina escribií la lección de mi maestro; la goma que me proporcionó y que muchas veces utilicé para pegar las deshojadas hojas de mis cuadernos.
Sus líquidos han sido el néctar vivificante de lo que San Francisco fue, esy será. Por eso, un tributo a las aguadas de mi pueblo, para agradecerles porque su turbia e infectada agua, fortaleció las venas culturales de los vecinos; aclaró pupilas para ver a lo lejos la vocación humana, y constituyó corazones humildes, sencillos y hospitalarios.
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Vista San Francisco - San Juan 2009 Foto http://chachaklum.blogspot.com/ |
Nota Final:
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Fuente:
Petén Encantado No. 1. Ciudad Flores, Petén. Mayo 1999.
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